miércoles, 26 de noviembre de 2014

Píramo y Tisbe - Pierre-Claude Gautherot


(1799) Óleo sobre lienzo


Píramo y Tisbe (en griego, Πύραμος καὶ Θίσβη: Pýramos kaì Thísbê) son dos amantes legendarios de la mitología griega y romana. Su historia, de inspiración oriental, se encuentra entre el mito y la literatura. En realidad, este relato sentimental es mencionado por primera vez por Higino (Fábulae, 142 y 143), quien sólo habla de su suicidio.1 Es Ovidio (en Las metamorfosis, IV) quien narra su leyenda

  Leyenda


Píramo y Tisbe eran dos jóvenes babilonios que vivieron durante el reinado de Semíramis. Habitaban en viviendas vecinas y se amaban a pesar de la prohibición de sus padres. Se comunicaban con miradas y signos hasta descubrir una estrecha grieta en el muro que separaba las casas en la que sólo la voz atravesaba tan estrecha vía y los tiernos mensajes pasaban de un lado a otro por la hendidura. Así pudieron hablarse, enamorarse y desearse cada vez más intensamente, hasta que una noche acordaron que a la noche siguiente, cuando todo quedara en silencio, huirían sin que los vieran y se encontrarían junto al monumento de Nino, al amparo de un moral blanco que allí había al lado de una fuente. Tisbe llegó primero, pero una leona que regresó de una cacería a beber de la fuente la atemorizó y huyó al verla, buscando refugio en el hueco de una roca. En su huída, dejó caer el velo. La leona jugueteó con el velo, manchándolo de sangre. Al llegar, Píramo descubrió las huellas y el velo manchado de sangre, y creyó que la leona había matado a Tisbe, su amada, y sacó su puñal y se lo clavó en el pecho. Su sangre tiñó de púrpura los frutos del árbol, de ahí viene el color de las moras según Ovidio. De hecho, dentro de la tradición latina, el término Pyramea arbor («árbol de Píramo») se usaba para designar a la morera. Tisbe, con miedo, salió cuidadosamente de su escondite. Cuando llegó al lugar vio que las moras habían cambiado de color y dudó de si era o no el sitio convenido. En cuanto vio a Píramo, su amado, con el puñal en el pecho y todo cubierto de sangre, le abrazó y, a su vez, le sacó el puñal del pecho a Píramo y se suicidó clavándose el mismo puñal. Los dioses, apenados por la tragedia, hicieron que los padres de los amantes permitiesen sepultar los cuerpos juntos, y desde aquel día los frutos de la morera quedaron teñidos de púrpura.

Luis de Góngora (1561- 1627) - Ándeme yo caliente

 Ándeme yo caliente 
Y ríase la gente.

Traten otros del gobierno 
Del mundo y sus monarquías, 
Mientras gobiernan mis días 
Mantequillas y pan tierno, 
Y las mañanas de invierno 
Naranjada y aguardiente, 
Y ríase la gente. 

 Coma en dorada vajilla
 El príncipe mil cuidados, 
Cómo píldoras dorados; 
Que yo en mi pobre mesilla 
Quiero más una morcilla 
Que en el asador reviente, 
Y ríase la gente. 

 Cuando cubra las montañas 
De blanca nieve el enero, 
Tenga yo lleno el brasero 
De bellotas y castañas, 
Y quien las dulces patrañas
 Del Rey que rabió me cuente, 
Y ríase la gente. 

 Busque muy en hora buena 
El mercader nuevos soles; 
Yo conchas y caracoles 
Entre la menuda arena, 
Escuchando a Filomena 
Sobre el chopo de la fuente, 
Y ríase la gente. 

 Pase a media noche el mar, 
Y arda en amorosa llama 
Leandro por ver a su Dama; 
Que yo más quiero pasar 
Del golfo de mi lagar 
La blanca o roja corriente, 
Y ríase la gente. 

 Pues Amor es tan cruel, 
Que de Píramo y su amada 
Hace tálamo una espada, 
Do se junten ella y él, 
Sea mi Tisbe un pastel, 
Y la espada sea mi diente, 
Y ríase la gente

lunes, 24 de noviembre de 2014

En la mesilla desnuda


Jorge Luis Borges - Un patio

 Con la tarde
 se cansaron los dos o tres colores del patio.
 Esta noche, la luna, el claro círculo,
 no domina su espacio.
 Patio, cielo encauzado.
 El patio es el declive
 por el cual se derrama el cielo en la casa.
 Serena,
 la eternidad espera en la encrucijada de estrellas. 
Grato es vivir en la amistad oscura 
de un zaguán, de una parra y de un aljibe.

sábado, 22 de noviembre de 2014

Manuel M.S. - Faceboot y las sombras de un Gay.

Acerté a leer un comentario que hacía un señor en el Faceboot sobre la sensibilidad,y que poseía una agradable sonrisa, o sea, buena persona. Lo digo por la sonrisa y es que la sonrisa según yo, o sea, para mí, dice mucho de una persona. Yo veo a una persona y soy incapaz de calibrarla, totalmente...¡hasta que sonríe! Ahí yo ya, o sea, ya calibro. Le responde un joven, al mayor,que con la lectura, o sea, leyendo, se desarrolla la sensibilidad. Yo es que me gusta leer a la gente porque se aprende mucho y cuando leí lo de la sensibilidad, ¡cosa más fina!, y que la lectura la desarrolla, busqué libros para que mi Toñi leyera, pero las novelas que me aconsejaron para una que comenzaba eran subiditas de tono, vamos unas guarradas y recordé que mi madre tenía en el desván unas novelas cortitas que eran las que leía ella de joven ¡y no tan joven! y se las pedí. Yo no he visto cosa más eficaz; mi niña se volvió la más sensible de las sensibles ¡Como que leía una y era un puro suspirar, y un enjugarse las lagrimas y un sonarse los mocos...! Yo no es que quisiera volverme sensible porque ya no está una para modas, pero me picaba la curiosidad, o sea, que yo quería saber por qué mi Toñi cogía esas llantinas y cogí uno de esos libritos. La autora era Corin Tellado y el libro, o sea, el que leí, contaba la historia de una chica enamorada...¡En fin, que al final cuando parecía que no, se casaba con el padre de su hijo! Leí otra y también era mas o menos lo mismo. Si es verdad, daba pena, pero no para esos suspiros, esas lágrimas, esas mucosidades. Claro, es que a la gente joven le tira mucho la moda y parece que la sensibilidad se lleva mucho. El otro día estaba con la Rosi y la Mari Jose en un bar y salieron unas tías con las tetas al aire gritando no sé que de los petróleos y le dice una a otra que estaba con ella "Protestan porque tienen sensibilidad" Cuando llegue a casa tengo que hablar con mi Toñi vaya, con esto de la moda, a enseñar las tetas por ahí. No se yo si esto es bueno, aunque peor era lo otro, o sea, lo de antes, cuando no leían. Me contó mi abuela que una amiga suya, que era muy lista, o sea, que hablaba bien y sabia leer y escribir, se quedó solterona porque cuando los pretendientes se enteraban que era aficionada a la lectura la dejaban. La madre de uno de ellos le dijo a su hijo cuando este se enteró que leía y no pensaba dejarla "¡Que quieres que seamos la vergüenza de la calle!" Pero de esto hace muchos, muchos años, o sea, muchos años. No me gusta ver a mi Toñi tan sensible; con lo del piercing vale, con lo del tatuaje allí abajo..."¡Pues la Reme lleva uno más grande!", pero esto, esto, o sea, esto NO, así que mañana le escondo a la Corin y le compro una "trelogía" que me han dicho que es antisensibilidad garantizada. Ay!, ya me acordaré...Algo de sombras de un Gay.

Rafael (1483-1520) - El Cardenal

(1510) Óleo sobre tabla. Renacimiento Italiano, Clasicismo.

Verás el cielo abierto - Manuel Vicent

   Antes de la guerra esa alquería tenía una sencillez habitable, pero nada confortable. Se componía de un salón con chimenea y un altillo donde había un camastro, un desván y una galería abierta a poniente, de una austeridad huertana. Tenía una cocina muy rudimentaria, con un aljibe, pero la comida se guisaba a la intemperie cuando el tiempo era bueno, y todas las funciones fisiológicas también se realizaban bajo el cielo azul o lleno de estrellas. Detrás había un establo para dos caballerías y una corraliza para los aperos de labranza. Los únicos muebles eran dos mecedoras y un sillón de muelles que yo conocí ya desventrado. Desde la carretera real se accedía a aquella alquería por un camino de palmeras y lo más hermoso eran los naranjos que la rodeaban, algunos jazmines y madreselvas, el kaki, el membrillero, el cerezo y la morera, que daban sombra a la pequeña explanada de tierra batida que se extendía ante la puerta de la casa. Aquel paraíso me fue revelado después de la guerra, cuando todo era ya una ruina habitada por un fantasma. Dentro ya no quedaba nada, ni siquiera una silla rota, salvo aquel sillón rojo que el fantasma usaba para meditar sobre las plagas de las frutas o para descansar de regreso de las cacerías.
   Cuando estuve allí por primera vez yo tenía seis años y recuerdo que en una de las paredes desconchadas colgaba un calendario atrasado y cada una de sus doce hojas correspondía a un cuadro del museo del Prado. A la sombra de la morera, mientras daba grasa a los cañones de su escopeta o fabricaba sus propios cartuchos con un artilugio alemán, mi tío me contaba historias, que yo unas veces creía y otras no. Un día me dijo:
   —En guerra, por ese camino de las palmeras llegó en busca de refugio un convoy militar que se dirigía a Cataluña desde Valencia por la carretera real. Eran tres camiones con una carga tapada con telas embreadas al mando de seis oficiales de la República, con tres conductores milicianos y un paisano, en total diez, y yo les tuve que dar de comer a todos, lo recuerdo como si fuera ayer. Había cazado unas codornices, las naranjas y los kakis estaban maduros, tenía frutas confitadas y aceitunas amargas. Había distintas hierbas de ensalada, pan de higo y toda clase de hortalizas para el puchero. Esos militares comieron tres días seguidos de lo que yo les di. Pasó una cosa extraña. En cuanto llegaron, el caballo comenzó a relinchar como nunca lo había hecho hasta entonces. Relinchó tres noches seguidas sin parar, casi hasta la extenuación, mientras el convoy estuvo aquí. Uno de aquellos hombres, que decía ser artista escultor, me preguntó:
   —¿Qué le pasa al animal?
   —No lo sé —le dije.
   —Tanto relincho no será un mal presagio, ¿verdad?
   —Los caballos siempre delatan cuándo cerca de ellos sucede algo muy importante.
   Entonces el capitán que iba al mando bromeó diciendo que a lo mejor el animal relinchaba porque la carga que llevaban era de mucho valor, y no añadió nada más. Eran unas cajas de madera numeradas y en cada tapa estaban escritos con alquitrán los nombres de cuadros famosos que venían en los libros de la escuela.
   Para dar fuerza a sus palabras el tío Manuel dejó de dar grasa a la escopeta, puso su mano en mi hombro y habló con más lentitud.
   —Mira, esta alquería llena de telarañas como ahora la ves fue durante unos días el museo del Prado. Muchos de sus cuadros, los de Goya, de Velázquez y del Greco, estuvieron en ese establo cubiertos con paja y otros fueron diseminados por debajo de los naranjos o colocados dentro de la alberca vacía tapados con ramas de morera. ¿Me crees o no me crees?
   —Sí.
   —Trae el calendario.
   Mi tío extendió el calendario sobre sus rodillas y comenzó a pasar las láminas, una por cada mes, mojándose con saliva la yema del dedo índice. A continuación señaló el membrillero cuajado de fruta.
   —Mira, los membrillos están ya dorados, ¿los ves? Son los mismos que en este bodegón de Zurbarán aparecen en la hoja de octubre, el mes en que estamos ahora. Este cuadro estuvo colgado de ese mismo árbol mientras no muy lejos de aquí caían bombas. Y éstas son las famosas Meninas. Estuvieron en el establo y puede que este perro dormido fuera el que excitaba tanto al caballo. Ésta es La maja desnuda. Recuerdo que durmió bajo el limonero. Mira, éste es El jardín de las delicias. Aquí está representado el mismo pajar que hay en el corral y allí fue a parar. Y éste es el cuadro del pintor Rafael, que se titula Retrato de un cardenal desconocido. Para que las bombas no tuvieran un blanco fácil cada cuadro fue dispersado alrededor de la alquería por debajo de los árboles. Este cardenal pasó tres noches seguidas dentro de la alberca vacía. Seguro que sobre él saltaron las ranas y los sapos todavía húmedos. Y en esto llegaron los cazas a ras de los naranjos dando pasadas una y otra vez. Descargaban las bombas sobre la carretera real y las vías del tren de la estación de Nules y luego volvían y así estuvieron varios días y desde aquí se oía el estallido de la metralla, mientras los oficiales, aquel artista y yo, tumbados boca arriba, al anochecer, veíamos el resplandor de los incendios fumando hebra.

   Hasta hace poco creía que esta historia era una de las fantasías que, de niño, me contaba mi tío, el cazador, en su destruida alquería rodeada de naranjos. Yo la había incorporado a mi vida junto con el croar de las ranas y jugaba con ella según fueran mis sueños. No conocí a aquel caballo que fue descuartizado por un proyectil al final de la guerra, el único que cayó en aquel paraíso y que dividió al caballo en dos, y una mitad fue a parar al tejado de la alquería y la otra cayó al pie del árbol de kakis, pero, pasados los años, cuando ya vivía en Madrid, algunas veces también trataba de traspasar las puertas de la percepción como Aldous Huxley y me fumaba marihuana antes de visitar el museo del Prado buscando una luz interior que me permitiera verles las entrañas a las figuras de los cuadros. Un día, frente a La maja desnuda oí un angustioso relincho de caballo que llenó por completo toda la sala de Goya. Durante algún tiempo ese mismo relincho de muerte que salía desde el fondo de una explosión obedecía a mi voluntad siempre que lo convocaba, pero llegó un momento en que por más que lo buscaba no lo podía oír y me olvidé de ese juego.
   No hace mucho fui a visitar en el hospital al escultor Amadeo Gabino, que se hallaba muy próximo a la agonía. Hablamos de pintura. Me dijo que había amado sobre todas las cosas de este mundo un cuadro de Rafael, el Retrato de un cardenal desconocido. Casi balbuciendo me contó que su padre, que también había sido escultor, durante la guerra civil había acompañado a ese cuadro, junto con todo el cargamento del museo del Prado, desde Valencia, donde estuvo guarecido en las torres de Serranos, hasta el castillo de Perelada, siguiendo la retirada del Gobierno de la República hacia Cataluña.
   —Mi padre siempre me contaba que, antes de llegar a Vila-real, apareció por el mar una escuadrilla de cazas italianos que tenían la base en Mallorca y los camiones que formaban el convoy se vieron obligados a abandonar la carretera para refugiarse en una alquería y que allí pasaron varios días, mientras duró el bombardeo de un nudo ferroviario, atendidos por el dueño que les ofreció unas codornices maceradas con hierbas silvestres. Y eso debió de ser por el otoño porque mi padre siempre me hablaba de un árbol lleno de kakis, unas frutas tan rojas que parecían lámparas encendidas y que el dueño, al recogerlas para obsequiarles, parecía que iba apagando las ramas. También guardaba otra imagen que tampoco se le borró nunca, la de un caballo que no paró de relinchar tres noches seguidas. Me decía que no era el caballo del Guernica de Picasso, sino como los que pintaba Piero della Francesca, con la boca abierta al cielo y los dientes fuera, mucho más patéticos.
   Esta historia contada por unos labios balbucientes despertó las fantasías de mi niñez. Le pregunté si su padre le había dicho cómo se llamaba aquella alquería. El agonizante asintió con la cabeza. Iba a pronunciar una palabra que para mí sería una revelación, pero no lo hizo porque en ese momento se abrió la puerta de la habitación y entraron sus dos nietas adolescentes que acababan de llegar de Barcelona. Eran estudiantes del conservatorio y venían cada una con su violín. Amadeo Gabino las había llamado a Madrid para que tocaran para él en la habitación del hospital. Las adolescentes destaparon los estuches en silencio y al pie de la cama comenzaron a interpretar el allegro de Rosamunde, de Schubert, y, ante una melodía tan dulce y melancólica, mi amigo, pareciendo que se dormía plácidamente, se quedó con una sonrisa cristalizada, la cabeza ladeada, los ojos abiertos. Antes de que llegara el andante había muerto y sus nietas siguieron tocando hasta el final de la pieza. Me quedé sin oír el nombre de aquella alquería, pero en ese instante, cuando los violines enmudecieron, supe que aquella historia que me contó mi tío, el cazador, era cierta.

jueves, 20 de noviembre de 2014

Christopher Nolan: Interestellar - Hans Zimmer: Main Theme

Milena o el fémur más bello del mundo - Jorge Zepeda Patterson

40

Milena

2012

 El grupo denominado los Flamingos estaba integrado por hombres que se tomaban muy en serio la satisfacción de sus placeres. Y no se trataba de placeres comunes. Llevaban más de diez años reuniéndose una vez al mes y la definición de lo que era diversión había evolucionado considerablemente desde los primeros días. Comenzaron a frecuentarse a fines de los años noventa, cuando Vila-Rojas, exitoso abogado granadino afincado en Marbella, encontró a tres excompañeros dedicados a asuntos emparentados con el suyo: el blanqueo de dinero en la Costa del Sol. Uno de ellos, Javi Rosado, había sido su condiscípulo en la universidad en Sevilla; otro, Jesús Nadal, un colega del trabajo de sus días en Londres, cuando hacía encomiendas para el departamento jurídico de Barclays; y el tercero, Andrés Preciado, a quien conoció durante su paso por Wall Street. En los siguientes meses sumó a otros dos y al paso de los años se convirtieron en una docena. Todos tenían en común que eran españoles, ninguno de Marbella pero todos del sur, incluido un hotelero canario. Cuando comenzaron a reunirse, sus edades fluctuaban entre los treinta y cinco y los cincuenta años. Ninguno de ellos participó en el primer boom turístico de los setenta y los ochenta, más parecido a la fiebre del oro del Viejo Oeste que a la generación de un polo de desarrollo. Llegaron más tarde, a principios de los años noventa, durante el período en que Jesús Gil y Gil tenía a Marbella en un puño y la corrupción institucionalizada era un imán para el dinero de la mafia. Sucedió en el puerto turístico lo que antes en Cancún, Punta del Este o Miami: fueron elegidos primero como lugar de residencia por capos de distintos giros criminales gracias a un común denominador, eran lugares de placer con autoridades laxas. Tiempo después, los nuevos residentes rusos, árabes y europeos aprovecharon las posibilidades de inversión que ofrecía el crecimiento explosivo bajo arreglos discrecionales. Cuando el fenómeno del lavado financiero adquirió dimensiones industriales a mediados de los noventa, personas como Vila-Rojas y sus amigos se hicieron imprescindibles: abogados, financieros con experiencia internacional, excontables de transnacionales. Hacían el trabajo que los rudimentarios empresarios crecidos en torno al pintoresco alcalde marbellí no podían realizar. La primera generación estaba integrada por constructores y especuladores inmobiliarios de viejo cuño, capaces de multiplicar cincuenta veces el valor de una hectárea gracias a sus argucias para influir en la obra pública y en la recalificación de terrenos. No obstante, carecían de los contactos internacionales o de las habilidades para manejar el trasiego financiero de los flujos millonarios de origen clandestino que comenzaron a llegar a la costa española. Vila-Rojas y otros como él resultaron los gestores ideales para mediar entre los empresarios tradicionales y los operadores de los capitales ilegítimos de varios continentes. Los Flamingos creció como una reunión de amigos; sin embargo, al pasar el tiempo comenzaron a verse a sí mismos como los auténticos titiriteros de la vida del puerto. Apenas se veían más allá de la reunión mensual y no solían trabajar unos con otros, aunque ocasionalmente alguna operación los hiciera coincidir. Aun así, esas sesiones generaban entre ellos una complicidad inmediata; les parecía que solo en el interior de ese círculo podían sincerarse y mostrarse tal como eran: los verdaderos amos de la ciudad. Se obligaban a sí mismos a mantener un perfil bajo frente a la ruidosa corte de Jesús Gil y los que le sucedieron, caracterizados por los desplantes típicos de nuevo rico. Solo en esas reuniones, al verse entre los suyos, confesaban su desprecio por la rusticidad de la élite local y se entregaban a placeres y exuberancias en las que no incurrían el resto del mes. En un principio se reunían en un salón del hotel Fuerte el último viernes de cada mes. El mote los Flamingos lo aportó el jefe del restaurante del hotel cuando percibió la frecuencia con que los apellidos Rojas y Rosado aparecían en la reserva que el grupo hacía del salón privado. Enterado del apodo que se le había asignado al grupo entre el personal del hotel, uno de los miembros celebró la ocurrencia y recordó que así se llamaba uno de los hoteles de Las Vegas en el que se refugiaba el legendario Rat Pack formado por Frank Sinatra, Sammy Davis y Dean Martin, entre otros. Casi sin proponérselo, el resto de los integrantes pronto comenzó a llamarse a sí mismo los Flamingos. 

domingo, 16 de noviembre de 2014

Bebelplatz

Berlin  '14
    Bebelplatz es una plaza situada en el lado sur del bulevar Unter den Linden. Está rodeada por los edificios de la Ópera Nacional, la Biblioteca Real (conocida como la Kommode) y el Alte Palais -ambos  pertenecientes a la Universidad Himblot- y, por último, la Catedral de Santa Eduvigis.

   Sin embargo ha pasado a la historia, no por la belleza del lugar, que sin duda lo tiene, si no porque aquí aconteció una de las más significativas y documentadas quema de libros en 1933.

   Para conmemorar este hecho, hay emplazada una placa de cristal tras la que se ven estanterías de libros completamente vacías. Así mismo hay una placa con una cita del autor Henrich Heine, escrita en 1817, que dice:

"Ahí dónde se queman libros se acaban quemando seres humanos".


Vestido de novia - Pierre Lemaitre

Sophie


 Está sentada en el suelo, con la espalda contra la pared y las piernas estiradas, jadeante. Léo está pegado a ella, inmóvil, y tiene su cabeza en el regazo. Con una mano ella le acaricia el pelo y con la otra intenta secarse los ojos, pero con movimientos desordenados. Llora. Algunos sollozos se convierten en gritos, chilla, le sale de las entrañas. Cabecea. A veces, la pena es tan intensa que se golpea la parte de atrás de la cabeza contra el tabique. El dolor la reconforta un poco pero no tarda en notar que todo se le vuelve a derrumbar por dentro. Léo se porta muy bien, no se mueve. Baja los ojos hacia él, lo mira, le estrecha la cabeza contra el vientre y llora. Nadie puede imaginarse lo desgraciada que es.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Jorge Robledo Ortiz (1917- 1990) - Vámonos corazón

Vámonos corazón 

Vámonos, corazón, hemos perdido,
ya nunca espigarán tus ilusiones. 
Recoge tu esperanza y tus canciones
y partamos en busca del olvido. 

Vámonos, corazón, ya tu latido
 sólo podrá contar renunciaciones.
 Guarda su nombre con tus oraciones
 y si debes sangrar, sangra escondido. 

 Vámonos, corazón, tu fe no existe
. Al fin y al cabo tu naciste triste
 y triste en cualquier puerto morirás.

 Vámonos, corazón, ya no la esperes.
 Bendice su recuerdo si así quieres,
 pero marchemos sin mirar atrás.

martes, 4 de noviembre de 2014

El caso Collini - Ferdinand Von Schirach


   Leinen quería ir a la salida de los abogados, pero anduvo en sentido contrario hasta que una funcionaria lo interceptó y le indicó el camino. Luego tuvo que esperar unos minutos ante la puerta de cristal blindado hasta que se abrió el portón. Se fijó en que encima de la puerta el enlucido estaba desconchado. Miró a los funcionarios que controlaban los carnets e introducían los nombres en registros. Allí, donde los hombres ocupaban celdas, donde esperaban una condena o la libertad, el mundo era reducido. No había profesores ni manuales ni discusiones. Todo era grave y definitivo. Podía intentar librarse del juicio. No tenía por qué defender a Collini, ese tipo había matado a su amigo. Era fácil poner fin al asunto, todo el mundo lo entendería.
   Ya fuera, cogió un taxi y se fue a casa. El panadero gordo estaba sentado en una silla de madera ante su establecimiento, bajo una sombrilla.
   —¿Qué tal está? —preguntó Leinen.
   —Hace calor. Pero dentro aún más. Leinen se sentó, inclinó la silla sobre las patas traseras y se apoyó contra la pared. Miró al sol entornando los ojos. Pensó en Collini.
   —Y usted, ¿qué tal está? —le preguntó el panadero.
   —No sé qué hacer.
   —¿Cuál es el problema?
   —No sé si debo defender a un hombre. Ha matado a otro al que yo conocía bien.
   —Pero es usted abogado, ¿no?
   —Mmm... —Leinen asintió.
   —Mire, todas las mañanas subo la persiana a las cinco, enciendo la luz y espero a que llegue el camión frigorífico de la fábrica. Meto la masa en los hornos y a partir de las siete me paso el día vendiendo lo que sale de ellos. Los días malos me quedo dentro; los buenos salgo aquí, al sol. Preferiría hacer pan como Dios manda en una panadería como Dios manda con utensilios como Dios manda e ingredientes como Dios manda. Pero así son las cosas.
   Una mujer con un dálmata pasó por delante y entró en la tienda. El panadero se levantó y fue tras ella. A los pocos minutos salió con dos vasos de agua con hielo.
   —¿Entiende lo que quiero decir? —preguntó.
   —No del todo.
   —Puede que algún día vuelva a tener una panadería como Dios manda. Hace tiempo la tuve, pero la perdí al divorciarme. Ahora trabajo aquí, es lo que hay. Así de sencillo. —Se bebió el vaso de un trago y masticó un cubito de hielo—. Es usted abogado, tiene que hacer lo que hacen los abogados.
   Estaban a la sombra, mirando los transeúntes. Leinen se acordó de su padre. En su mundo todo parecía sencillo y claro, no había secretos. Había intentado disuadirlo de que se hiciera abogado defensor. Con esa profesión no se podía ser decente, porque todo era demasiado complicado, le había dicho. Leinen recordó una cacería de patos en invierno. Su padre disparó y un ánade real se estrelló con fuerza contra el estanque helado. El perro de su padre, que aún era joven, salió corriendo sin que se lo ordenaran. Quería cobrar el ave. En el centro del estanque el hielo era fino, el animal se hundió, pero no se dio por vencido. Atravesó a nado el agua helada y llevó el pato a la orilla. Sin decir palabra, su padre se quitó el chaquetón y secó al animal con el forro. Luego lo llevó a casa envuelto en el chaquetón. Su padre se pasó dos días con el perro en las rodillas, frente a la chimenea. Cuando el animal se recuperó, se lo regaló a una familia del pueblo. No valía para la caza, había afirmado.
   Leinen le dijo al panadero que tal vez tuviera razón, y subió a su casa. Por la noche llamó a Johanna. Le dijo que no podía evitarlo, que tenía que seguir con la defensa de Collini.

sábado, 1 de noviembre de 2014

Blackfield -Jupiter

Jupiter (from IV)

Once,

We were young,
We had no plans,
What simplicity of love.

We used to get it, to get it all, we weren’t scared to fail or fall
Now, all I can do is to stand and watch those new boys in the game,
How they’re laughing and having fun, making rules under the sun

I won’t win at pretty eyes tonight
It’s been so long since I’ve played it right
I get to jupiter in halfway back
Before she leave and notices I’m around.

You used to call me the city queen, but now God’s playing his jokes on me,
I’m all alone, far from the city; I’ve got no room, no time for dreams.

I won’t win at pretty eyes tonight
It’s been so long since I’ve played it right
I get to jupiter in halfway back
Before she leave and notices I’m around.

Once,
We were young,
We had no plans,
What simplicity of love.

We used to get it, to get it all, we had no time to fail and fall.

I won’t win at pretty eyes tonight
It’s been so long since I’ve played it right
I get to jupiter in halfway back
Before she leave and notices I’m around.

Once,
We were young,
We had no plans,
What simplicity of love.

We used to get it, to get it all, we had no time to fail and fall.

I get to jupiter in halfway back
Before she leave and notices I’m around.