lunes, 22 de diciembre de 2008

Insomnio

No siempre tuvo miedo a la noche,
pero desde que ella se coló por la ventana
el sueño la esquiva.

No era su hijo,
ni hay otro que ocupe su sitio,
si lo hubiera sido
más no lo habría querido.

Gentil caballero a su juventud subido.

Ay! La fría guadaña
llevándose por delante
todo lo que reclama.




martes, 2 de diciembre de 2008

Cuento para diciembre - Wara


1
Dicen las gentes del lugar que "la del Portal" es la ermita donde a las muchachas más les gusta casar…
Siempre había sido testigo de los matrimonios que se celebraban en la antigua capilla cuyo portal se abría cual proa a los mares serenos e inquietos que embestían las rocas en su base, su asiento, su cimiento imbatido. Cuando la arena descansaba o dormía, ella temía importunarla o herirla con la huella de sus pies suaves de niña. Fue así que de alguna forma aprendió a volar, a no rozar el suelo, a caminar sobre el viento… Imposibles ejercicios que otros niños desarrollaban sobre papel de arroz, ella los imitaba en la playa sobre las brillantes pepitas de oro que conformaban su magnífico tesoro. Seguramente intuía que para ella no habría esa dicha, una fiesta con flores, arroces en el aire y pétalos sostenidos en el viento de la tarde.
En diciembre cumpliría 15 años y era poco lo que podía conocer de la vida. ¡Si era apenas de sueños lo que sabía! Por eso, cuando él le susurró: "Nada sabe tan dulce como tu boca", ella experimentó esa dulzura que emanaba de sí misma y sus reservas cedieron y se entregó a lo desconocido.
Era una niña que apenas podía cuidar de sí misma. Era una madre niña con la más preciosa de las criaturas en sus brazos infantiles, preciosa a su corazón, dueña de su alma y motivo de su amor infinito. En diciembre cumpliría quince años y mientras en su vida se infiltraba el temor, la duda horadaba obstinada sus entrañas.
En diciembre cumpliría quince años y ya comprendía que no debía alejarse jamás del sueño del bebé de ojos de ébano. Empujaba el cochecito, lo llevaba consigo, lo mecía y acunaba con amoroso gesto y ritmo. El niño sentía la suavidad de aquel baile y se dormía complacido.



2
Despertó la mañana con la noticia del hallazgo de un cochecito de recién nacido, negro y magullado, allá justamente junto a Nuestra Señora, a los pies de su ermita. Acudió la gente, curiosa, acudió presurosa.
Buscaron incansablemente de día y de noche sin que del bebé y de la niña se hallara un rastro ni hubiera más noticias desde aquel fatídico día.
En diciembre cumpliría quince años, recuerdan todavía los más viejos. Cuentan que pretendía llegar a la playa, imprudente, y que en la terquedad de su huida perdió el camino, erró los pasos, se despeñó por el terraplén y el mar, al retroceder, se llevó consigo los cuerpos de ambos, de la mamá y su niño.
Pero hay quien prefiere recordar cuánto quería aquella niña a su hijo; recuerdan que sintió tan grande la amenaza de perderlo que oró con todas sus fuerzas a la virgen de la ermita, y ésta abrió a sus pies la puerta a un paraíso, un portal que ambos atravesaron en silencio, sin ser vistos.
Hay tardes en que a la orilla del mar se oyen como ecos de risas. Hay huellas en la arena, hay movimientos en el aire… hay cosas que uno no sabe, no se explica… son como juegos de niños.
Wara,
1º de Diciembre de 2008
P.S.: La semana pasada salí a dar un paseo por donde acostumbro y para variar me llevé la cámara. El día luminoso, para ser finales de noviembre, regalaba colores difíciles de recoger en esta época del año. Trasteando con el zoom de la cámara, me dí cuenta de que había un cochecito de bebé nuevo y caído en un lugar impensable. Se me ocurrieron unos cuántos porqués de aquel objeto en aquel sitio, y pensé que podría muy bien ser motivo de una historia. Pocas horas después le propuse a Wara, por todo el morro, que me regalara un cuento basándose en las fotos que le iba a mandar. Así que tras el interrogatorio de primer grado,al que sometió, acerca del lugar y sus aledaños y, la visualización de las instantáneas, accedió a mi petición descarada. Éste que tenéis arriba, es el resultado de sus pesquisas y fabulaciones. Muchísimas gracias Wara.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Stieg Larsson - La Chica que Soñaba con una Cerilla y un Bidón de Gasolina


Estaba amarrada con correas de cuero en una estrecha litera de estructura de acero. El correaje le oprimía el tórax. Se hallaba boca arriba. Tenía las manos esposadas a la altura de los muslos. Hacía mucho tiempo que había desistido de todo intento se soltarse. Se encontraba despierta pero con los ojos cerrados. Si los abriera, sólo vería oscuridad; la única luz existente era un tímido rayo que se filtraba por encima de la puerta. Tenía mal sabor de boca y ansiaba lavarse los dientes. Una parte de su conciencia aguardaba el sonido de unos pasos que anunciaran su llegada. Ignoraba qué hora de la noche sería, pero le parecía que empezaba a ser demasiado tarde para que él la visitara. Una repentina vibración le hizo abrir los ojos. Era como si una máquina se hubiese puesto en marcha en algún lugar del edificio. Unos segundos después ya no estaba segura de si se trataba de un ruido real o de si lo había imaginado. Tachó un día más en su mente. Era el día número cuarenta y tres de su cautiverio. Le picaba la nariz y giró la cabeza para poderse rascar contra la almohada. Sudaba. En la habitación hacía un calor sofocane. LLevaba un sencillo camisón que se le arrugaba en la espalda. Al mover la cadera pudo atrapar la prenda con los dedos índice y corazón para irla bajando, centímetro a centímetro, por uno de los lados. Repitió el procedimiento con la otra mano. Pero el camisón había hecho un pliegue en la parte baja de la espalda. El colchón estaba abullonado y era muy incómodo. Su total aislamiento provocó que todas las pequeñas impresiones, en las que no habría reparado en otras circunstancias, se intensificaran. Las correas estaban un poco flojas, de modo que podía cambiar de postura y ponerse de lado; pero entonces el brazo que le quedaba debajo del cuerpo se le dormía. No tenía miedo. Pero sí una rabia contenida cada vez mayor. Al mismo tiempo, la atormentaban sus propios pensamientos, que se transformaban constantemente en desagradables fantasías sobre lo que iba a ser de ella. Odiaba esa forzada indefensión. Por mucho que intentara concentrase en otra cosa para pasar el tiempo y olvidarse de su situación, la angustia siempre acababa por aflorar. Flotaba en el aire como una nube de gas que amenazaba con peneatrar por sus poros y envenenar su existencia. Había descubierto que la mejor manera de mantener alejada esa angustia era imaginándose algo que le transmitiera una sensación de fuerza. Cerró los ojos y evocó el olor a gasolina. (págs. 7-8)