lunes, 29 de septiembre de 2008

29 de septiembre

Y a la hora del postre...



...No fue la tarta de siempre ...No se partió como siempre


...Pero nos la comimos igual.

jueves, 25 de septiembre de 2008

25 de Sep '08 - Carliño's day

Cada vez que celebramos algún cumpleaños, me llego a la City, a la Pasteleria Rivoli, y allí compro siempre la misma tarta. Tarta de "gatò", trufa, nata y crema. En ese mismo momento, pido al pastelero que me ponga unas palabras de felicitación con el nombre correspondiente (resulta gracioso cuando me felicito a mí mísma, je!) y compro las velitas que necesite.

El pastelero, generalmente, termina por adornar la tarta con una filigrana de caramelo en forma floral.

A la hora de repatir las porciones, el homenajeado se lleva la mejor parte (cómo no) y se incluye en su plato la susodicha flor. Flor de la que intentamos conseguir, previo peloteo, alguna hoja de caramelo, como quien no tiene suficiente y ansía lo que no tiene, cuando en realidad siempre sobra un buen trozo de tarta sobre la mesa. Es la tradición de mi casa.

El plato que ves arriba le tocó hace apenas diez días a mi hijo, hoy te toca a ti.
Con todo mi cariño, muchísimas felicidades, sin olvidar los buenos tirones de orejas. : )

domingo, 21 de septiembre de 2008

Stomp - September '08

(Mediodía de domingo, entre la cocina y el porche, el portátil va y viene)

- Oye! Mira este video, a ver qué te parece.




(Después de ver lo de las pelotitas de basquet contesto)

- Pues que estos norteamericanos se aburren mucho. (Luego he sabido que son ingleses)

- Te iba a proponer que los vieramos esta tarde en el Auditorium y llevaramos a F.

- ¿Sí?... ¡Sí!

- ¿Crees que le gustará?

- Creo que sí, pero irá a regañadientes.

- Ya...

(Unas horas después, ya sentados en las butacas, platea, fila R, asientos centrales, F. aún no sabe que tipo de espectáculo va a ver, sólo le hemos dicho que no se trata de una representación de ballet).

- Bueno F., en una escala del uno al diez, ¿Cuánto crees que te gustará?

- Con los dedos y enfurruñado levanta tres.

- ¿Tan poca confianza tienes en tus padres? ¿Ni siquiera nos das un cuatro de confianza?

- Nop! Tres.

(Se apagan las luces y sale "un barrendero", luego "dos", luego "tres", hasta "siete" a la vez. Miro a F. de reojo. Está sumergido en el espectáculo. Esto si que no se lo esperaba. Música y danza, ritmo y armonía, y unas ganas de llevar el compás con el cuerpo espectacular. Resultan sorprendentes, contagiosos y admirables. Cada "puesta en escena" dura apenas unos minutos, son breves pero muy intensas. Se aplaude, se ríe, se jalea, se vitorea, incluso se participa!. Hasta yo vitoreo!!! Noventa minutos de espectáculo, sin parar, con buenas vibraciones, y algo en la memoria para recordar. Escobas, cubos, arena, bolsas, periodicos, cajas de cerillas, bidones; todo sirve, todo vale. Acaba la "representación" y con todo el público puesto en pie, nos regalan un pequeño Bis. Han estado sensacional.)

(Ya en el Paseo Marítimo, camino del coche)

- ¿Sigues con el tres? (Mala que es una.)

(Sonríe picarón y contesta)

- No, no. Ha estado bien...

(Lo que les cuesta a los adolescentes darnos la razón. En el fondo le entusiasmó)

Sa Calobra Estiu '08

Dreams come true

viernes, 19 de septiembre de 2008

El Beso de la Sirena - Andrea Camilleri

Por la tarde, mientras comía bajo el olivo, Gnazio Manisco pensó que tenía cuarenta y siete años y que al fin ya podía casarse.
Decidió hablar de ello con la señora Pina, en cuanto la viera pasar por el camino.
La señora Pina, setentona, amarilla como la muerte, enjuta, llevaba siempre el mismo vestido que antaño había sido negro y ahora tiraba a verdoso, un chal grande que le llegaba de los pies a la cabeza, cubriéndole el pelo blnaco, y un pañuelito de color cagada de perro enfermo. A la espalda, llevaba siempre un saco lleno de hierbas. Salía a pie de Gallotta, que estaba en la cima de una montaña, por la mañana, cuando el sol aún no había despuntado, y se encaminaba hacia Vigàta, donde iba a atender a parroquianos viejos y nuevos porque la señora Pina conocía las hierbas necesarias para cualquier trastorno que hombre o mujer pudiera padecer.
¿Dolor de cabeza? ¿Mal de ojo? ¿Dolor de barriga? ¿Dolor de pecho? ¿Problemas de vista? ¿Falta de apetito? ¿Falta de fuerza en el rabo del hombre? ¿Abundancia de sangre femenina en la fase de luna? ¿Hijos que no venían? ¿Constipados que no pasaban? ¿Estreñimiento? ¿Catarro? ¿Amores contrariados? ¿Traición por parte del hombre o la mujer? ¿Disputas familiares? ¿Jovencitas preñadas que no querían el hijo? ¿Dolor de muelas? ¿Mareos?
Esto y otras cosas curaban las hierbas de la señora Pina, Pero la vieja, si era necesario, practicaba otro oficio. De tanto caminar por pueblos y pueblos, campos y campos, conocía la vida, la muerte y los milagros de todos y, por tanto, en el tiempo libre y por demanda, hacía también de alcahueta, combinaba matrimonios.
Una tarde en que la señora Pina se había detenido ante la casita para pedir un poco de agua, antes de comenzar la subida hacia Gallotta, Gnazio le dirigió la palabra.
- ¿Qué se cuenta, señora Pina?
La vieja lo miró, extrañada, ya que nunca antes Gnazio le había hablado; le daba el agua y basta.
- ¿Qué voy a contar? Nada
Pero dado que había entendido que el hombre le quería preguntar algo, se quedó quieta a medio vaso. Gnazio decidió hacerse de rogar.
- Señora Pina, ¿cuánto hace que pasa por este camino?
- Desde hace más de sesenta años. Pasé por primera vez con mi madre, cuando no tenía ni diez años.
- ¿Por tanto conoció a Cicco Alletto?
- Claro que lo conocí, desdichado.
- ¿Sabía que acabó loco?
- No. Dijeron que oyó un lamento.
- Pero un lamento no basta para que alguien pierda el juicio.
- Sí. Pero hay que ver el lugar donde uno oye el lamento. Oírlo aquí es distinto de oírlo en la comarca de Noce o en la comarca de Cannatello.
- ¿Por qué?
- Porque la comarca de Ninfa es distinta, no es ni tierra ni mar.
Gnazio se puso a reír.
- ¿Cómo que no es ni tierra ni mar? ¿No ve estos árboles?
- Claro. Pero ¿qué quiere decir?
- Quiero decir que nunca nadie ha visto crecer árboles en medio del mar.
- Gnazio, ¿sabía que debajo de su tierra está el mar? Los pescadores y los marineros dicen que la comarca de Ninfa flota sobre el mar y que debajo del suelo hay agua.
Gnazio palideció.
- ¿De verdad?
- Eso dicen. Por eso este lugar, no pertenece ni a la tierra ni al mar, es el lugar donde pueden ocurrir tanto cosas que ocurren en la tierra como las que ocurren en el mar. Quizá el pobre Cicco Alletto, despertado por el lamento, cuando abrió los ojos se encontró a su alrededor una decena de delfines dentro del pajar.
- ¿Bromea? -preguntó Gnazio, sudando ante el pensamiento de que su tierra flotaba.
- Sí y no -dijo la señora Pina, mientras le tendía el vaso.
Dos tardes después, cuando la señora Pina se había detenido para tomar el vaso de agua habitual, Gnazio se decidió a decirle que quería una mujer.
- ¿Cuántos años tiene? -preguntó la vieja.
- Cuarenta y siete.
- ¿Y cómo le funciona?
Gnazio no entendió.
- ¿Qué me tiene que funcionar?
- La verga.
Gnazio lo entendió y se ruborizó.
- ¡Bah! -exclamó.
- ¿Cuánto hace que no la usa?
Gnazio hizo el cálculo.
- Digamos, seis años.
- ¿Se casa para tener hijos?
- ¡Claro!
- Entonces, veamos la mercancía.
Gnazio lo entendió y se bajó los pantalones.
- A simple vista, parece que todo está en su sitio -dijo la mujer y adelantó el brazo.
A pesar de que la piel de la mano de la vieja parecía hecha de corteza de árbol, Gnazio, al sentir el toque ajeno, se estremeció.
Bien, bien -dijo la vieja, riendo-. Le encontraré una mujer. Joven y guapa.
- ¿Joven?
- Por fuerza, si quiere tener hijos.
- ¿Pero una joven guapa me querrá? Soy viejo y cojo.
- No se nota que cojea, es poca cosa. Pero tiene dieciocho hectáreas de tierra y una verga que ni un joven de veinte años. Le encontraré enseguida un buena mujer, no lo dude.
Entonces Gnazio empezó a prepararse para el casamiento.
(págs. 28-32)

martes, 16 de septiembre de 2008

Lajos Zilahy - La Ciudad Vagabunda

La vida interior de los vagones lo reunía todo: dormitorio, comedor, cocina, aves de corral, montones de leña, retretes, cama de los enfermos y sobretodo cuando se trataba de familias numerosas, toda esta vida recluída se desarrollaba en aquel diminuto espacio vital, en continuo movimiento desde la mañana hasta la noche. En aquellos lugares, no podía anidar el amor, que gusta siempre de la soledad. No favorece el amor el tintineo de la vajilla, el llanto de los niños, la nerviosa disputa de terceras personas. El amor fue expulsado al aire libre de aquellas zahurdas humanas, representando al "aire libre" los campos de carriles amplios que se extendían más allá de la estación; los alaridos de los trenes y la atmósfera cargada con el estrépito de las maniobras de los vagones de carga, el vaho que expelían los silbidos de las locomotoras y el fino polvillo de carbón que caía del cielo. Sin embargo, todo ello no podía impedir la feliz soledad compartida de los enamorados, que se paseaban interminablemente a lo largo de la vía, donde, por lo menos, las palabras podían abrazarse y enlazarse íntimamente.
Un hombre y una mujer, al salir de paseo, parecía que llevasen en la espalda un rótulo con esta inscripción: "Nosotros somos una pareja de enamorados. ¡Hagan el favor de no estorbarnos!".
Y las parejas que se paseaban por allí, respetaban tácita y mutuamente la advertencia de aquellos rótulos invisibles. Saludaban a los conocidos sólo con unos mudos signos de cabeza al pasar a su lado, como si se estuvieran paseando por unos jardines encantados. Aquellas sombras dobles se multiplicaban sobre todo hacia la caída de la noche, apareciendo y sumergiéndose en el aura luminosa de los faroles lejanos, aunque lloviese o soplase el viento, pues el tiempo no les estorbaba para nada. Parecía que el corazón humano fuese una planta extraña, capaz de arraigar hasta entre las piedras, agarrando y enlazándose fuertemente a otro corazón. (págs. 151-152)

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Grifo de Verano en Compañía

Tan Verde y tan Pequeño

Saint-Jacques... La Mecque (Peregrinos)

La película arranca con la necesidad que tienen tres hermanos de hacer juntos "El Camino de Santiago" si quieren tomar posesión de la sustanciosa herencia que su madre les legaría, tal y como lo especifica el testamento, en caso de completarlo juntos. Un guía (el del pañuelillo al cuello en la foto) daría fe de ello ante el notario.

Este es el "leitmotiv" de esta cinta francesa dirigida por Coline Serreau que se ha estrenado en España este pasado mes de agosto aunque sea del año 2005. Una historia que se completa, a su vez, por las propias de los nueve protagonistas (los peregrinos y el guía) más aquellas que van surgiendo de las múltiples interrelaciones.

Con una fotografía maravillosa, una actuación convincente y ciertas pinceladas oníricas, la historia resulta muy novedosa y fresca. El título francés también tiene su miga, miga que pierde al traducirlo al castellano. Aunque tiene peros: los paisajes desolados y áridos que muestra de la parte española de "El Camino de Santiago", no creo que se correspondan con los reales (en todo caso de unapequeñísima parte): pueblos de mala-muerte y cantinas sacadas de un western... No sé, tampoco he hecho El Camino, se podría justificar con el tópico-típico chauvinismo de nuestros vecinos, pero en todo caso, disfrutar de la cinta bien lo merece.

En resumen y en conclusión, me dejó un plácido buen sabor de boca.

viernes, 5 de septiembre de 2008

Esther Tusquets - Habíamos Ganado la Guerra

Lo cierto es que fui una niña angustiada por multitud de miedos, y que no sabía que algún día se me iban a pasar. Miedo a la muerte, desde muy pequeña. Estaba en la cama y pensaba ''algún día vas a morir'', y no servía de nada decirme que faltaba seguramente mucho tiempo, un montón de años, porque lo horrible era que aquello tuviera que llegar, y, si tenía que llegar, lo mismo daba que tardara siglos en hacerlo, porque aquel momento tan lejano sería en algún momento el presente. Y que existiera un dios y otra vida -entonces todavía creía en ambas cosas- no me ayudaba demasiado.

Tenía pavor a los médicos. Nunca me habían hecho el menor daño, mi propio padre era médico, pero me aterrorizaban[...] Y me pasaba el año obsesionada con la vacuna contra el tifus que me ponían cada primavera. Tenía miedo al cáncer, del que todo el mundo a mi alrededor contaba atrocidades. Era un tema recurrente y morboso de conversación, sobre todo en la zona de servicio, donde se describía, con lujo de detalles, espantosos dolores para los que no existían analgésicos ni paliativos. Yo le pedía a dios lo mismo que le había pedido Oscar Wilde -aunque todavía no supiera quién era Oscar Wilde-, que todo el dolor físico que me tocara en la vida me lo sustituyera por dolor moral.

Tenía miedo a un montón de cosas que aparecían en las películas y en las truculentas historias que oía en el cuarto de costura: los fantasmas, los muertos vivientes, los vampiros, los hombres lobo. Sabía que no existían, pero les tenía miedo. Tenía miedo a la oscuridad. Tenía miedo a los juegos violentos. Tenía miedo a los otros niños.

Y tenía miedo al infierno, un miedo mezclado con incredulidad. Que los pueblos paganos, la gente de otras religiones, que a lo mejor ni siquiera habían tenido opotunidad de oír hablar del verdadero dios, que creían en cosas distintas y obraban quizá de buena fe, pero que no habían sido bautizados y habrían cometido, seguro, un pecado mortal en su vida, tuvieran que pasarse una eternidad en el infierno, no me cabía en la cabeza. Ahora me parece increíble que millones de personas, no totalmente oligofrénicas ni perversas, puedan creer tamaño desatino.

Recuerdo que, en el cuarto de costura, alguien leyó en un libro de piedad una historia supuestamente real. Era así. Muere una niña de cinco años y aquella misma noche, cuando su madre, deshecha en llanto y de rodillas, está rezando por su pequeña, ésta se le aparece y le dice: ''No merece la pena que reces por mí mamá, porque unos minutos antes de morir tuve un pensamiento impuro, del que no me dió tiempo a hacer acto de contricción, y estoy en el infierno.'' Había, creo recordar, una ilustración: la madre con los ojos desorbitados y la boca abierta en un alarido de horror y la niña envuelta en llamas. Casos como éste hacen que, pese a mi liberalismo, crea que sí debe existir una censura para los libros infantiles. Cuando recurrí aterrada a mi madre, dijo que aquello eran paparruchas, puros disparates, y riñó a la persona que me había leído la historia, pero a mí me estaban preparando para la primera comunión y en las clases oía cosas igualmente extrañas e inquietantes. ¿Cómo era posible que los niños que morían al nacer, antes de ser bautizados, quedaran relegados en el limbo por toda la eternidad? ¿Era posible que te fueras al infierno por haber faltado un domingo a misa? Los curas aseguraban que sí, la mirada dirigida hacia lo alto, las manos unidas y alargando mucho la segunda ''e'' de eternidad. Todos afirmaban que sí. Salvo mis padres. Pero ellos eludían el meollo de la cuestión. Se limitaban a intentar tranquilizar mis miedos, pretendían que no me preocupara [...]

De modo que crecí con el temor de que, si fantaseaba, por ejemplo, que un niño me daba un beso en la boca, o bebía un sorbo de agua antes de comulgar, o veía una película prohibida (no ya como la abominable 'Gilda', sino como 'El tercer hombre', que tenía, no sé por qué razón, al clero soliviantado, hasta el punto de que cada vez que te confesabas te preguntaban si la habías visto), me iría de cabeza a los infiernos por toda una tenebrosa eternidad, y de que mis padres, de ser verdad mis sospechas -cada vez más fundadas, porque los domingos no les veía salir de su habitación hasta la hora del almuerzo- de que se saltaban la misa, vivían en permanente pecado mortal.
(págs. 43-46)

lunes, 1 de septiembre de 2008

Pío Baroja - Laura o La Soledad Sin Remedio

-Discurrimos con fórmulas humanas y limitadas -decía el doctor-, y nos encontramos que cuando creemos que estamos sosteniendo una afirmación, estamos al borde de la negación. El otro día discutía con un colega acerca de las reformas que se podían hacer en beneficio del pueblo, y el compañero me decía: '' Hay que desear que haya pesimistas, porque éstos ven el mal y quieren corregirlo.'' Yo le contesté un poco en broma: ''No; hay que desear que haya optimistas, porque ésos creen que el hombre puede mejorar y ven la obra posible.'' Luego, pensé que nuestra discusión era una chiquillada.

- No veo por qué -dijo Irene.

- Porque parece que estamos de acuerdo cuando decimos: un árbol, una planta, una flor, el mundo, pero no lo estamos; hay hombres para quien uno de estos conceptos es algo mágico y vago, para otro es una palabra, es decir, un sonido, para otro una imagen, para un último es una defición escolar. No hay unanimidad en nuestras ideas, así que cuando queremos hacer con ellas operaciones lógicas y matemáticas, saltan discrepancias. En el fondo no hay verdad, ¿qué es la verdad?, ¿dónde está la verdad? No está en ninguna parte. Hemos sumado manzanas con botones y castañas con monedas y hemos obtenido un producto. ¿Pero qué es ese producto? Pues no lo sabemos.

- Pero con un escepticismo así no queda nada -le decía Irene.

- ¿Y es que queda algo? No queda nada, por lo menos racional. Lo más racional era, creo yo, el naturalismo optimista del siglo XIX, que culminó en literatura con Anatole France, que podía llamarse la madurez del lugar común. Imitemos a la naturaleza, se comenzó a decir desde el siglo XVIII. ¿Pero a cuál naturaleza? Porque tan naturaleza es la vaca bonachona para el hombre como la víbora o el escorpión. Son igualmente naturales. Es evidente.

- Entonces, ¿qué glorificaremos? -preguntó Irene.

- Yo no lo sé. No nos queda más que lo arbitrario. Y ahora estamos tocando las consecuencias. Se descompone el lugar común con más rapidez que nunca. El lenguaje no expresa más que relaciones entre unas imágenes con otras, pero la esencia de las cosas no las expresa ni las puede expresar. Así toda palabra tiene su antagonista a su antónima; pero esto no quiere decir que este antagonismo sea una contradicción verdadera, igual y paralela en la realidad. En la filosofía, en la matemática, que no son ciencias naturales, sino artificios de la inteligencia, las ideas son contrarias; más, en lo contrario de menos, y grande de pequeño, y aumentar de disminuir, pero cuando interviene la vida ya no hay estos antagonismos aunque lo pretenda la retórica. El santo no es absolutamente contrario al vicioso, ni la mujer perdida a la mujer honrada, ni el loco del cuerdo, ni el cobarde del valiente, porque hay entre estos extremos muchos puntos de contacto.

Irene creía que contra toda esta anarquía ideológica reaccionaba el hombre superior dando nuevos valores a los conceptos.

- ¿Dónde está el hombre superior? -preguntaba el doctor Maas-. ¿Usted ha encontrado el grande hombre?

- Yo supongo que hoy no creemos en los grandes hombres -decía Golowin-, quizá por eso ya no los hay o por lo menos no los vemos. Yo supongo también que un grande hombre es un fenómeno de síntesis popular; si no se produce ese fenómeno de síntesis no hay grande hombre.

- Me parece que tiene usted razón.

Irene no quería creer que la época actual fuera peor que las demás.

- Es de menos ilusiones, de menos esperanzas -contestaba el médico-. Eran quizá mentira las antiguas, pero mentiras confortadoras.
(págs. 311-313)