lunes, 23 de abril de 2007

23 de Abril - El Abanico de Seda


Recogimiento

Tengo toda una vida por contar; ya no tengo nada que perder y pocos a los que ofender.

Soy lo bastante mayor para conocer mis virtudes y mis defectos, que a menudo coinciden. Siempre he necesitado que me amaran. Desde niña he sabido que no me correspondía ser amada; aun así, ansiaba que quienes me rodeaban me expresaran su cariño, y ese deseo injustificado ha sido la causa de todos mis problemas. Soñaba que mi madre se fijaría en mí y que ella y el resto de mi familia acabarían queriéndome. Con objeto de ganarme su afecto prestaba siempre obediencia -la principal virtud de niñas y mujeres-, pero quizá me desvivía en exceso por hacer lo que me mandaban. Con la esperanza de obtener alguna muestra de cariño, por sencilla que fuera, intenté no defraudar las expectativas de mi familia- tener los pies más pequeños del condado-, de modo que dejé que me los vendaran para que, tras romperse, los huesos adquirieran una forma más hermosa.

Cuando creía que ya no soportaría ni un minuto más de dolor y las lágrimas caían sobre mis ensangrentados vendajes, mi madre me hablaba al oído animándome a aguantar una hora más, un día más, una semana más, y me recordaba las recompensas que obtendría si no desfallecía. Así fue como me enseñó a soportar no sólo el sufrimiento físico que comportaban el vendado de los pies y la maternidad, sino también el dolor, más tortuoso, del corazón, la mente y el alma. Asimismo me señalaba mis defectos y me enseñaba a utilizarlos de modo que me resultaran provechosos.

Los vendajes cambiaron no sólo la forma de mis pies, sino también mi carácter. Siento como si ese proceso hubiera continuado a lo largo de toda mi vida, convirtiendo a la niña complaciente en la niña decidida y, más tarde, a la joven que cumplía sin rechistar todo cuanto le ordenaba su familia política en la mujer de más alto rango del condado, que imponía estrictas normas y costumbres en el pueblo. Cuando tenía cuarenta años, la rigidez de mis vendajes había pasado de mis lotos dorados a mi corazón, y éste se aferraba con tanta fuerza a injusticias y agravios del pasado que no me permitía perdonar a los que quería y me querían.

Mi única rebelión llegó con el nu shu, la escritura secreta de las mujeres . Rompí por primera vez la tradición cuando Flor de Nieve _mi laotong, mi "alma gemela", mi compañera de escritura secreta_ me envió el abanico que ahora está encima de la mesa, volví a romperla después de conocerla. Pero, además de ser la laotong de Flor de Nieve, yo estaba decidida a ser una esposa honorable, una nuera digna de elogio y una madre escrupulosa. En los malos tiempos mi corazón era duro como el jade. Tenía el poder oculto que me permitía resistir tragedias y desgracias. Pero aquí estoy _la típica viuda, sentada en silencio, como dicta la tradición_, y ahora entiendo que estuve ciega muchos años.

Lisa See

martes, 10 de abril de 2007



Tulipanes



El Mercenario de Granada

-¿Y Boabdil?

-Boabdil se fue ayer a las tierras que le ha concedido Fernando, en el valle de la Purchena, con más de cien mulas cargadas de equipaje. Lo acompañaba su pequeña corte y su consejero Aben Comixa, el maldito de Alá. Antes desenterró los restos de los sultanes del cementerio real para inhumarlos en sus nuevas tierras. Ahora se ha visto la prudencia de Muley Hacén que, presintiendo lo que había de pasar en cuanto el reino estuviera en manos del hijo, se hizo sepultar en el monte más alto de la sierra, debajo de metros de nieve, donde nadie, ni cristiano ni moro, perturbara su sueño. Me han contado que cuando Boabdil trasponía detrás de las colinas, se volvió a contemplar por última vez la Alhambra, con lágrimas en los ojos. Aixa, la madre, que iba a su lado, le dijo:
"Bien está que llores como mujer por lo que no has sabido defender como un hombre."
- Las madres, siempre tan consoladoras - comentó Orbán.
Juan Eslava Galán.

Cosmética del Enemigo




Cósmetico, el hombre se alisó el pelo con la palma de la mano. Tenía que estar presentable con el fin de conocer a su víctima según mandan los cánones.
Jérôme Angust ya estaba hecho un amasijo de nervios cuando la voz de la azafata anunció que, debido a problemas técnicos, el vuelo sufriría un retraso sin determinar.
Amélie Nothomb